“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

jueves, 15 de enero de 2015

Sumisión



Yo no permití a este día
mostrar su pálida mejilla sobre mi rostro,
no busqué el tacto frío de la tierra
como imán en mis talones.

Y sin embargo, sé,
donde nadie mira
también sigue habiendo mundo,
el carrete velado de nuestra memoria.

Yo no pedí incluirme
en el rumor absurdo de las calles,
pero sé, no es necesario
empujar al agua para que fluya.

Resisto por ineptitud, cariátide,
nunca quise consentir al sol
abrir simétricos sus pétalos
sobre mis párpados.

Y sin embargo, sucedo:
Me mantengo esfinge, 
apenas una ilusión sobre la piedra
y camino,

sin entender las horas,
sin abreviar la vida.
Tal vez existir solo sea
un disimulado acto de sumisión.


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