“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

martes, 24 de junio de 2025

Los mares rojos


Se sentía como ir abriendo
cataratas con cada paso.
Todos los mares eran rojos.
Se sentía como ir resbalando
por el hilván de las aceras.
Lo sentía goteando de mis manos.

Y

aún se siente como abandonar la vida
observando a través del cristal
de un tren en marcha
que nunca va a pararse o a estrellarse,
con la mejilla sobre mi puño,
sin poder verme siquiera vacíos los ojos
en la velocidad que emborrona el paisaje.

Pareciera que un cristal se está rompiendo
con una foto mía detrás,
una sonrisa dividida.

¿De dónde viene tanto rojo?

Nunca tuve intención de ser soldado
ni de luchar por orgullo.
Yo no quiero la batalla.
Solo es toda esta rabia que le impide
a mi voluntad partirse
y hace inútil
que sigáis salivando incendios.

¿Qué vais a hacer
con una caminante de rotos?

¿Qué vais a hacer
cuando se desangre la mejilla?

Podéis gritar tan alto y tan fuerte
y sin embargo,
ni el dolor ni el cansancio
han sido capaces
de acabarme.

La sangre es más espesa que el agua.

Salpican las cataratas rojas,
pero yo
he vivido siempre 
cayendo.








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