Ciento noventa y seis
nubes.
Las he visto.
Siempre al otro lado de
la ventana.
Yo no he venido aquí
a por la guardería de
insectos,
las plagas, las chinches,
a poner en cultivo a
cucarachas
con Diógenes dentro.
Y hay ciento noventa y
seis nubes
con forma de techo o
esquina.
No he venido aquí a por
el megáfono
de palabras sangrantes,
ni a ser el centro, la
invención
de una guerra.
No vine aquí a arrodillarme
con un cántaro en la cabeza
y sostener
avergonzada por la amplitud
de mis muslos,
no vine a labrar el polvo
y envejecer las manos.
Solo vine aquí a encontrar
algo más que mi propio eco,
un hogar.
Y contar nubes.
Pero lo que quedó de ti
está perdiendo la memoria:
Al tacto
es abrazar un jersey
que
nadie ha usado todavía.
He guardado el olor, el
sudor
grisblanquiazul de los
charcos,
he dejado que se
condensen:
Ciento noventa y seis
nubes,
sin descanso.
He tapiado las
ventanas
para que no se fuguen
mientras me marcho
para no volver.