“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

miércoles, 24 de julio de 2024

Pájaro esquivo



En algún lugar
unos granos de arena
han dejado de caer,
en algún lugar alguien 
ha sido testigo 
de cómo depositaban allí su ruido:

sordo, pequeño, 
pero ruido,

han dejado de caer,
aunque no para nosotros.

Fue aquel día que vi 
tus pestañas abiertas,
ventanas puras al primer azul
de la mañana,
el visillo transparentando el aire.

Fue el día que vi
aquel pájaro triste, solitario, 
huyendo, buscando altura
entre los cristales.

Aquel día no oímos el ruido sordo,
menudo,
no lo oímos venir,

pero vimos el azul abierto
disparando entre las pestañas,
el visillo ondeando 
hasta deshacerse en el viento,
el pájaro boqueando entre los cristales.

Granos de arena
habían dejado de caer
cuando nos alcanzó 
la verdad terrible.

Por qué.

El por qué fue el día 
en que nos llegó la parálisis,
el día en que te vi 
rompiéndote en el vacío,

el por qué
fue cuando la vista de tu imagen
empezó a agrietarse, 
alejada sobre fragmentos de espejo 
que iba absorbiendo.

Por qué.
El por qué.

El por qué fue la verdad terrible
que nos desvanecía.
Toda tu piel era una pregunta
que me daba vueltas.

El ruido era tan pequeño
que pudimos oír 
cómo nos enterraba.

El por qué fue el día 
en que la lágrima
nos cerró los ojos 
y pudimos verlo.

Quise dejarme caer 
sobre tus hombros
para borrar 
que ya no hubiera nada.

Nada que hacer.
Tu huella inocente.

Por qué,
por qué.
El por qué:

Que tú y yo éramos... 
iguales.

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