“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

martes, 17 de septiembre de 2024

Trust nothing but pain


Situación: Mirando los patos en el lago, el agua está congelada. Al fondo hay una caravana llena de gente muda. Alguien siente las orejas calientes bajo su gorra con forro, está dentro de un taxi y mira por la ventana, también ve el lago helado y se pregunta por los patos.

...


Parece que no queda más remedio, tendrá que ser cruento. 

Tengo miedo.

Pero no puedo seguir así, es agónico. 

Estoy intentando ver a todo el mundo. No sé por ni para qué. Quizás por eso no le estoy poniendo demasiado empeño, hace tiempo que me alegra que me digan que no. Una molestia menos, una ansiedad menos. Además no me creo nada, tampoco de mí.

Suena cínico, es asqueroso.

Me pregunto muchas cosas, salgo a correr todos los días a ver si me canso y me calmo, pero aún siento mucha ira, no sé si es ira o frustración, la verdad, pero tampoco importa ¿no es así? Hay cosas más importantes que no entiendo.

Hago tantas cosas como cosas me pregunto, pero simplemente estoy más cansada y desbordada. No hay cambios.

Tengo miedo de que no funcione, de que no lo logre. Tengo mucho miedo del dolor, pero ¿no es que ya lo tengo? De todos modos, hay un tipo de dolor físico que me gusta, no es masoquismo, no es nada obsceno. Ese dolor... simplemente me hace sentir, porque siento que lo merezco, y eso es sentir, y es un tipo de dolor soportable. Y se queda, esas marcas en el cuerpo se quedan, y también puedo sentirlas. ¿Qué tipo de dolor físico me da miedo, entonces? Yo también me lo pregunto mucho, y me regaño también otro tanto por ser tan cobarde, por ser tan antítesis.


Dije, algún día entenderé por qué dios nos odia, luego recordé que era atea.


Ahora que lo pienso... no creo que pueda ver a mucha gente, si soy sincera, claro que... no es como si importara, eso siempre lo he sabido.


¿Quizás soy más consciente desde que me acepté como monstruo? El monstruo que soy aunque no quiera. Nací en él. Dentro, fuera.


Ni siquiera recuerdo exactamente qué día comencé el entrenamiento, cuándo fue el día que me vi el monstruo, el día que vi claro qué merecía y qué no, el día que empecé a usar una goma de borrar por dentro, pero a veces me vienen pequeños destellos de anotaciones en el desahogario, recuerdos de cuando la idea empezaba a entrar en mi cabeza, lo que sentía... Ahora cada vez siento menos y todos los sentimientos se parecen, hace muchos años de eso... aunque también es verdad que la otra idea es mucho, mucho más antigua, casi nací con ella grabada ¿no crees? Creo que ni siquiera puedo culpar a ningún trauma por ello. Cualquier cosa, solo estalló lo que yo ya era.


Pensaba en ello cuando aún ni siquiera lo entendía, lo vi escrito por mí aquí y allá, no logro recordarme escribiendo aquellas cosas, pero ponía la fecha. 

Yo no sabía que con ciertas edades se podían pensar ciertas cosas. 


Ojalá todo hubiera sido de otra manera, pero sigo aceptando, como la rendida que soy. 

Tampoco hay nada que pueda hacer para evitar nada ¿no crees? Solo soy una humana, al fin y al cabo, una humana monstruo, defectuosa, pero humana. Qué puedo hacer yo para evitar nada, para cambiar nada. 


Creo que la goma de borrar está ya muy desgastada.

Es posible que esto sea lo de siempre y que sea lo último, y da lo mismo, estoy enferma de hablar, la idea de mantener una conversación se me hace cada vez más pesada, estoy cansada de escribir, por eso cada vez lo hago peor, ya no me importa, he perdido todo lo que me parecía importante. He querido ser mejor, pero sigo siendo solo yo. 

Ya, yo tampoco entiendo entonces por qué ahora esto. Si tan cansada estoy de escribir qué escribo y qué hablo, yo tampoco lo entiendo. Qué más da. Quién. Cuándo. Qué.

Me hago muchas preguntas, pero nunca entiendo nada.


De todos modos, ya solo me fío del dolor.


sábado, 27 de julio de 2024

Carta a A.

 Hola, A.

Ayer descubrí la carta más corta del mundo:
Preocupado por las ventas de su libro, Victor Hugo le envió tan solo una interrogación a su editor (?). Tuvo la respuesta más corta del mundo:
Su editor le hizo saber que las ventas iban bien devolviendo tan solo una exclamación (!).

A., en cartas tan cortas los dos se entendieron.
Pensé que te gustaría saberlo (a mí me habría gustado decírtelo). 

Me recordó a ti, supongo. Supongo que tú veías mis ojos de símbolo porque tú también los llevabas: No me hacías avergonzarme por cómo me sentía. Creo que fue porque tú también conocías lo inevitable, tú también tenías que esconderte bajo la alfombra.

Lo de Victor Hugo quería contártelo, A., porque nunca llegué a decirte que cada vez que me miraste, recibí tu exclamación.


Perdona el resto., A, Aún te quiero.


También: A.

miércoles, 24 de julio de 2024

Pájaro esquivo



En algún lugar
unos granos de arena
han dejado de caer,
en algún lugar alguien 
ha sido testigo 
de cómo depositaban allí su ruido:

sordo, pequeño, 
pero ruido,

han dejado de caer,
aunque no para nosotros.

Fue aquel día que vi 
tus pestañas abiertas,
ventanas puras al primer azul
de la mañana,
el visillo transparentando el aire.

Fue el día que vi
aquel pájaro triste, solitario, 
huyendo, buscando altura
entre los cristales.

Aquel día no oímos el ruido sordo,
menudo,
no lo oímos venir,

pero vimos el azul abierto
disparando entre las pestañas,
el visillo ondeando 
hasta deshacerse en el viento,
el pájaro boqueando entre los cristales.

Granos de arena
habían dejado de caer
cuando nos alcanzó 
la verdad terrible.

Por qué.

El por qué fue el día 
en que nos llegó la parálisis,
el día en que te vi 
rompiéndote en el vacío,

el por qué
fue cuando la vista de tu imagen
empezó a agrietarse, 
alejada sobre fragmentos de espejo 
que iba absorbiendo.

Por qué.
El por qué.

El por qué fue la verdad terrible
que nos desvanecía.
Toda tu piel era una pregunta
que me daba vueltas.

El ruido era tan pequeño
que pudimos oír 
cómo nos enterraba.

El por qué fue el día 
en que la lágrima
nos cerró los ojos 
y pudimos verlo.

Quise dejarme caer 
sobre tus hombros
para borrar 
que ya no hubiera nada.

Nada que hacer.
Tu huella inocente.

Por qué,
por qué.
El por qué:

Que tú y yo éramos... 
iguales.

viernes, 10 de mayo de 2024

Aquellos días azules con María


Tienes que recordar la primera vez
que notaste el cielo azul sobre tus ojos, 
el azul del mar que te fundió el alma,
azul con el cuerpo en equis y los oídos silbantes,
azul sobre tus ojos y sobre ellos
el azul de las gaviotas centinelas 
y alargadas.

Tienes que recordar
volverte amarilla sobre la arena,
y el amarillo casi naranja casi rojo atardecer 
sobre la sal que te enraizó las manos.

Hemos estado sentadas 
en una de aquellas mesas
que germinan en la universidad,
y el césped se nos ha ido mezclando,
escalando 
entre nuestros pies de no universitarias 
sin apenas darse cuenta,
como habiendo sido tú o yo
alguna astilla que habitara 
la última esquina de una mesa
o la mesa misma.

Y fue mientras enterraba a conciencia
mis pies colgantes y holgazanes,
que me miraste a los ojos
y hablaste.

¿Te arrepientes?

dijiste

Y yo me habría pasado los dedos
por la prominencia de las costuras.

Me arrepiento

te dije

Y en aquel momento 
no me sentí feliz 
de haber llegado a ser quien era.

Sinceramente

te dije

preferiría haber sufrido menos
y ser ahora peor persona.


Yo no me arrepiento

aseguraste


Y sonaste tan valiente que te miró el viento.

Yo no me arrepiento.

Y tus palabras se hicieron remolinos
que me bailaron por dentro.


Pero yo, María,
a veces sí lo lamento,
y recuerdo las primeras veces
que me han nacido después de la tortura,
y me paso los dedos por los zurcidos azules
que me abultan el cuerpo.

Yo no me arrepiento

dijiste

Y yo supe que eras sincera 
porque se te veía en la lengua,
porque se veía que te salían las palabras talladas
como los dorados y azules
de un idioma antiguo.


Sufrir o no, quizás, 
no es más que un anexo de la casualidad,
pensé entonces.


Sufrir o no
no era el culpable de nuestro ser como personas.

Pero tú no te arrepentías, amiga.

Tú no te arrepentiste 
cuando pensamos en el sufrimiento,
cuando lo vimos como pequeños dioses creadores
que nos pintan la cara y nos esconden las llaves.

Yo no me arrepiento

aseguraste


Y, María, 
aquel día azul contigo,
en aquel azul ascético de tus palabras,
viví la primera vez de darme cuenta
sin haber sufrido.


***
«Estos días azules y este sol de la infancia» fueron los últimos versos de Machado, fueron hallados en un papel dentro de su chaqueta el día de su muerte el 22 de febrero de 1939 en Colliure, Francia.
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