“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

De una fotografía a su fotógrafo*

 

Jamás veré la lluvia sino sus gotas,
el cuarzo blanco que hecho fragmentos
se suspende en el aire para siempre.

Nunca el olor de la humedad ni el ruido
que al paliar la sed de las raíces
va lamiendo en espiral la enredadera,

ni siquiera el tacto acuoso si resbala
y ve nacer la verde hojilla,
el musgo en prado entre las grietas.

Y si unida a ti yo solo existo,
si unida a ti yo soy tan hombre
como el revés del hombre que me observa,

entonces soy el panteón y el niño,
la fiera, el ángel, y niebla y guerra.

Pues al ser de ti sin conocer tu historia,
en vida estoy sin alcanzar la vida,
y mi inmortal retrato refleja siempre
no el efusivo indicio de tu recuerdo,
sino el cortado esqueje de la memoria.


*Poema incluido en el proyecto Constelaciones: Cassiopeia.

 



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