Esta casa que sonreía
si le hacía
cosquillas por el suelo.
Esta casa que sonreía
al limpiar su cara
con la flor de una fregona.
Esta casa que tendía
pájaros
para piar con pinzas.
Que vio sudar al elefante mío,
pedalear su lucha
a ninguna parte,
que adoptó a una gata
de masajista panadera.
Esta casa que al llorar llovía
calefacción central
sobre mi espalda,
que planchó y secó
hasta el jersey más íntimo
de mis vértebras,
que olió a ciruela y a espaguetis,
que tecleó en mi nombre
sus poemas.
Esta casa calabaza
al despedir octubre.
Esta casa que me mira,
vacíos los ojos
y yo admito
que ahora son solo
muebles, estanterías
y una cama.
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