“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

jueves, 10 de enero de 2019

La mudanza


Esta casa que sonreía 
                     si le hacía
cosquillas por el suelo.

Esta casa que sonreía 
al limpiar su cara
con la flor de una fregona.

Esta casa que tendía 
                       pájaros
para piar con pinzas.

Que vio sudar al elefante mío,
pedalear su lucha 
                          a ninguna parte,
que adoptó a una gata
de masajista panadera.

Esta casa que al llorar llovía
calefacción central 
                     sobre mi espalda,

que planchó y secó
hasta el jersey más íntimo
de mis vértebras,

que olió a ciruela y a espaguetis,
que tecleó en mi nombre 
                                   sus poemas.
Esta casa calabaza
al despedir octubre.

Esta casa que me mira,
vacíos los ojos 
                     y yo admito

que ahora son solo 
muebles, estanterías
y una cama.


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