“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

martes, 21 de marzo de 2017

La mujer deriva


Nací siendo mujer y siento
no tener memoria de ese llanto,
ese momento inconsciente 
de abrir los ojos
y no rendirme al no ver nada,

no temer
que no haya más que ver 
tras el ópalo del iris, las pupilas; 
ese momento de ser ciega, y pequeña
y normal.

Saber que no viví pegada al muro, 
que me fui acercando lentamente,
envuelta en voces que decían: camina 
erguido, mantente erguida, hija,
destruye lo que fuiste al nacimiento. 
Destruye hasta no sepas quién eres 
y cuando no lo sepas cede 
a lo que debes ser: mujer. 

Nací siendo mujer, cualquier mujer 
porque me habitabais todas.

Y no era mujer gastada, y siento 
no poder volver ni recordar 
ese momento 
de no tener mi forma dada, 
no saber 
que el boceto que tuve 
en el curvo cuerpo de mi madre, 
no era mi forma.

Cuando nací, sin conocer aún 
los bordes áureos del otoño,
el fluir del agua en roca y tierra 
y no había edificios: 
si los había, 
no conocía su palabra.

Y no era ahora,
no había mujer deriva, 
mujer que se aprende y se deforma, 
se deformó 
en el mismo instante en que nacía.

Mujer que camina erguida, 
siempre erguida 
y siempre cree que estuvo allí, 
ya estuvo allí. 

Quiero decir, 
que he llegado a ese muro 
y no hay nada.
Que soy mujer, 
que ahora soy mujer 
y tú dirás que he aprendido.

Mas nunca le pidas amor a una muerta.




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