De la luz solo el recuerdo
bailando
sobre las motas de polvo:
me disuelve el aire,
en la distancia ahora
mi alma sola
crea incertidumbre
en esta boca —abierta—
que no respira.
Observo vigía el campo
tras la batalla,
la tierra ya negruzca,
ya espesa,
montañas ligeras
que vivieron su carne
antes del hedor y el hueso.
Cubro el frío con mis manos
aún pensando
que la muerte no existe.
Pero no soy la atalaya,
no el observador recto
que esconde su pasado
tras la niebla.
No vigía, sino brazo,
amputado miembro inútil
aguardando
con la única misión de descomponerse.
Como se dispersa la luz con la tristeza,
desaparece el cuerpo cuando se astilla.
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