“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Momento



Intento borrar mi geometría,
la desnutrida idea que vacila 
en cada movimiento,
cada tacto, 
cada palabra que flota
alrededor de mi oreja,
cada día.

Y aquí todo es momento,
la imagen se extingue
sin saber si ha sucedido
y me mira,
me pregunta qué es cierto.

Qué es cierto,
               ya no lo sé.

Qué es el interior tangible 
de vuestras cabezas
sino un gesto olvidado 
que no entiendo

cuando os observo,
como roca sedienta que limita 
                                 el mar 
y os rozo,
con dedos astronáuticos os rozo,
             y no os alcanzo.

La verdad queda tan lejos
que no siento tristeza, 
no siento más que un espacio 
insulso, sedentario,

y el recuerdo que miente

cuando os pienso,
como formando parte del suelo,
os veo

como estallados en cristales 
                      pequeñísimos:
en ese surco donde anidabais
cuando fuisteis cuerpo sólido

y ahora no es más que una grieta
          que ya no encaja.

¿Y dónde reflecta la luz?
Si no camino a solas tras la certeza
tú también buscas,

ansías la imagen nítida, 
la realidad palpable 
que disipe el momento 
y nos conciba para decir:
             te creo.

Decir: 
yo he sentido
el movimiento, el tacto,
cada palabra que flota
alrededor de mi oreja.
       Y perduras.


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