A cada paso que doy
vuelve a crecer la distancia
entre mi pie y el horizonte.
Si pudiera yo alcanzar la línea última
la placenta
que nos recubre y nos encierra en el tiempo
en lugar de sollozar,
graparme al suelo con los dientes
y esperar
que me contagie el aire infecto.
vuestro pulmón herido.
Y sin embargo aún no he nacido,
en posición fetal intento abrirle
un hueco
al horizonte y quedo débil.
Débil, como quien practica
una cesárea al mundo
y ahora descansa,
con un niño muerto entre los brazos.
Salivo vuestra lactescencia,
la confesión transparente que no baña
la tinta roja de la lengua.
vuestras palabras de leche.
Y el silencio es blanco,
blanco en vuestra voz
que está plagada de esquinas:
cuando intentáis sonreír
y el labio no se mueve,
cuando os retiene el cántico
que os deja unidos,
como llevando en el ombligo
el cordón de una misma madre.
Y no he nacido.
Cada paso que doy me va borrando
de la tierra y sueño,
con mi visión embrionaria yo me arrullo
y sueño
que al fin alcanzo la frontera,
atravieso la línea última que nos encierra
y exilio del mundo su mirada triste.
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