Las palabras llegan muertas
antes de ser dichas.
Madre, pobre madre.
Procesión de muerte mientras nacían:
una progenie: un cadáver.
Pero ¿qué fue de la madre, qué fue?
¿Quedó tal vez estriada su boca?
¿Le quedó quizás colgosa la mandíbula?
¿Quién piensa, a quién importa
si la madre aún llora, aún revive,
si intenta agarrar el dedo y ve
la tercera vuelta de cordón,
la cabeza morada de sus fonemas?
¿A quién importa la madre que entendió
la muerte mientras decía:
«soy madre»?
Una cruz pende sobre las letras.
¿Por qué no dejar el tiempo correr
como se olvidan a veces los grifos abiertos?
Como el sopor del hambre
mete al insomnio en los ojos
abiertos, muy abiertos,
cuando pasan tres días y pone
una madre, de rodillas al suelo,
velando el polvo que fueron huesos,
que fue carne,
que fueron sus grafías.
Madre, pobre madre,
reza ahora.
Tú que habitas las gargantas de todos los
[hombres.
Llora a veces,
presume a veces.
Todos los niños te nacen muertos.
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