Fotografía: Nicole Minet (18 años). París, 19 de agosto de 1944.
Dirán que no fui fuerte,
que hui despavorida antes de levantar
la gran grieta allá en mi frente,
que me faltó sangre, dirán.
Sugerirán que soy débil
porque elegí seguirme,
que abandoné a las algas
amontonándose en las olas,
dirán.
Y no comprenderán
que yo quiera agua y quiera tierra,
que me guste sentir mis pies
enterrándose en la orilla
y dirán,
dirán que me rendí
porque busqué el oxígeno.
Pero ahora, ahora comprendo
que hay más formas de alimentarse
que simplemente roer pan,
que se puede vivir sin la presbicia
de una secta.
Y me cuestionarán, pues
¿cómo se les ocurre a las alas
abandonar la colmena?
Dios mío, ¡es inconcebible!
Y volverán a llamarme débil.
Pero ¿qué me importa
la palabra que no entiende?
La hierba que nunca ha sido pisada,
tampoco cree en el pie del hombre.
Y es cierto,
ya no me entretengo
en limpiar de la boca
el carbón a los erizos,
ya no bombeo lagartijas
ni me venzo al as de vientos.
Pues si su ingenio es estático
y quieren contagiarme,
si con su hablar no pueden
liberar las palomas de los grillos,
entonces, ¿de qué me sirven?
Dirán, sí, dirán,
y derribaré sus palabras.
Aquí seré mi voz en este mundo:
el silencio donde sople y yo,
por fin, me habite.
Y volverán a llamarme débil.
Pero ¿qué me importa
la palabra que no entiende?
La hierba que nunca ha sido pisada,
tampoco cree en el pie del hombre.
Y es cierto,
ya no me entretengo
en limpiar de la boca
el carbón a los erizos,
ya no bombeo lagartijas
ni me venzo al as de vientos.
Pues si su ingenio es estático
y quieren contagiarme,
si con su hablar no pueden
liberar las palomas de los grillos,
entonces, ¿de qué me sirven?
Dirán, sí, dirán,
y derribaré sus palabras.
Aquí seré mi voz en este mundo:
el silencio donde sople y yo,
por fin, me habite.
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