“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

martes, 11 de julio de 2017

Mi madre


Hay una grieta que me mira
desde las paredes ventanales 
de mi cuarto.

Y en el amanecer asoma 
cada día
su cara al despertar: 
el sol y los vecinos.

«¿Por qué no la arreglas?» 
me dicen.

Y yo a veces lo pienso,
y lo olvido.

Porque hay una grieta que me roza
las mejillas
en el frío blanco del invierno,
el cielo abierto del verano.

Y yo a veces me quedo, 
muda, y observo
cómo le crecen las arrugas 
formando
de frente a boca su sonrisa.

Y no la arreglo porque creo
que es su mano la que entra,
y creo que es quien planta
un beso en mi mejilla,
y que ella deja
las sábanas calientes,
un rizo,
un buenos días.

Y en la grieta,
la voz que es suya
y atraviesa,
como un silbido o una aurora, 
se queda,

y en idioma maternal
me dice:

«Asegúrate que llevas
las llaves,
la cartera,
el móvil,
el amor…
»

Y todas esas cosas importantes que sin ti
con tanta frecuencia olvido.

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