Sé que estuve allí y que todo
era inmóvil.
El tiempo, la palabra:
la diferencia era tan nimia.
Y sé que estuve allí
sobre mis pies o mi cabeza
y calculé:
la lentitud del hoy,
la rapidez del mañana.
Y que todo era tan exacto y había
tantos ojos
y tantos parecían compartir
una misma pupila,
que no pude distinguir por qué,
qué hacía ese mismo brillo dentro
de cada uno nosotros,
qué hacen con tantos
nombres
para un mismo pueblo sumergido.
Y no entendí que los cuerpos fueran
simétricos:
los encontré siempre midiendo
la longitud de los charcos,
preguntándose qué partes
de la visión deforme
eran las suyas,
y no pude explicar por qué.
Para qué
el absurdo de nadar
o hacerse el muerto,
si todo es tan simétrico,
si al final
el mismo instante que nos crea,
el rubor eufónico que nos mantiene,
nos termina diluyendo.
Para qué
si no habrá un mañana
que no se repita.